domingo, 19 de noviembre de 2017

La una y media

Había sido confuso el aterrizaje.
Abrir los ojos y temer por lo que viene.
 A las tres de la mañana, a las dos y media,
 a la una, a las doce, temer, solo temer.
La respiración cortando los nervios solo un par de segundos.
Regresar a lo que eres, no regresar a
lo que no eres, no eres.


Caminábamos hacia la parada del bus, las clases habían terminado, en aquel momento no sabía cómo abordar el tema, no sabía lo que iba a pasar, tenía solo 17 años. 

Lo veía caminar, hablar y sonreír libremente con los demás, su libertad me gustaba, me gusta tanto, lo veía ligero, lejano, único, bello en todos los aspectos, realmente me sentía enamorada desde los huesos hasta las puntas de mi cabello, era todo él. 

Caminábamos hacia el bus, pero no juntos, había que no ser tan obvios, había que dejar que la cosa fluyera, que al igual que nosotros fuera libre.
Ocasionalmente compartíamos un jugo, alguna torta de tamal, la mirada clavada en cada palabra que liberaban nuestros labios, en las manos que no estaban listas para adivinar al otro cuerpo, nos veíamos, lo quería más cada día, nunca para atarlo, nunca para lastimarlo, nunca para acabarlo, lo quería feliz, feliz de todo el cuerpo, de toda el alma, algo por fin pasaba a los 17 años.

Las celebraciones en honor al amor nunca han llamado mi atención, no al menos las que son muy muy comerciales, populares y vacías, pero la escuela exigía el intercambio de chocolates, de cartas perfumadas y toda clase de caramelos en forma de corazón. Mis amigos habían organizado un intercambio de peluches, la verdad que no éramos muy populares y no nos invitaban a las fiestas a las que iban todos los grupos de todos los grados, así que se decidió por unanimidad el celebrar en casa de Paola, previamente se realizaría el intercambio. 

Catorce de febrero, día del amor y la amistad, día de enamorados correspondidos y de enamorados heridos, dejados, atropellados, desesperados y suicidas. Los enamorados no me gustan, nunca me van a gustar, me hacen creer en cosas que uno no debe tomarse tan a la ligera.
El intercambio sería a las 2 en la explanada, “no lleguen tarde”, se leía en el mensaje. Había recibido un mensaje que decía: - te veo a la una y media en el edificio C, te esperare-. El corazón latiendo, pensamientos ridículos, más latidos, más locura interior, correr, llegar lento, ir, no ir, pensar finalmente en arruinarlo todo.

La clase de filosofía me tocaba a las 12, un bello medio día, mi profesor nos permitía desarrollar nuestras habilidades, aquel día no fue la excepción, así que pensando en arruinarlo todo, tome mi cuaderno, le pedía al profe que me dejara leer “algo” que había escrito, así lo hizo. Comencé, sin nervios por la lectura, y muchos por la fractura que estaba a punto de cometer. 

La lectura iba bien dirigida a un sujeto de la clase, mientras yo pensaba, en sus ojos, en su labios, en la cicatriz que había visto el día que donamos sangre, e incluso mientras leía recordaba la historia que me contó sobre cómo había llegado ahí la cicatriz, la lectura daba detalles formulados para convencer al sujeto sobre mi “gran amor” por él, pero en los pensamientos persistían los recuerdos, como el día en que él llevó mi café a mi lugar, el día que me abrazó no solo con su cuerpo sino con su amor.

Demasiadas tonterías en 15 minutos y medio, era joven y no había pretextos, pero era estúpida.

Funciono. Saliendo de la clase el sujeto me correspondió al supuesto amor.

Yo falté a mi cita de la una y media.
Se hizo el intercambio en la explanada.
Se celebró la reunión en honor al día.
Años después me dijo que me espero dos horas.

Ese día desee besarlo como antes, como cuando caminábamos hacia el bus, pero supe era tarde muy tarde.

La una y media había pasado.  


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