¿Qué cuándo se terminan las historias? Tal vez ya no hay nada mas que describir, a lo mejor las palabras también esperan el momento adecuado, para traer el caos, la paz. No sé, tal vez sólo sea incompetencia mental.¡¡Que ridículo!! Sin voz, sin sensibilidad, sin ¿qué?
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La mirada clavada en el reloj. Siete en punto. Levantarse con aliento a coladera. Deambular en los pensamientos un par de segundos, salir de la cama, orinar (que extraña costumbre humana).
Ir hacia la alacena buscando el desayuno del día de hoy. Mirar en el refri, sólo jitomates medio podridos, lástima. Buscar de nuevo en la alacena, un pan, busco un pan, un algo de comer.
Siete cuarenta. Ya es muy tarde, no he desayunado, el pan, ¿dónde deje el pan?, No hay pan.
Mirarse al espejo, abrir la boca para mirar los dientes, cepillarles de un lado a otro con el cepillo azul, claro, uno de dientes.Cambiarse, hoy no hay agua para el baño.
Las ocho. -¿En qué pensaba?; en el punto y coma, en el punto y aparte, en las comas, los acentos, la ortografía, la buena lectura y la buena escritura, en nada, ya es tarde.
Ocho y cuarto. Correr por la casa buscando las llaves, las que abren la puerta que da a la calle, las otras llaves no importan. Hoy toca vender flores.
Ocho y media. Salir de casa, sin pan en la panza, no olvidar la gorra (te cubre del sol), la botella con agua (para la sed de las próximas trece horas).
La cubeta roja es más grande que las otras dos, Rufina pensó mucho en el tamaño y color de la cubeta, una donde cupieran todas las flores;Por eso me llevo la roja, no lo hago por que sea la más nueva.
Llevar la bolsa para el dinero de las flores.
Las nueve. Pasar con doña Esperanza por las flores que se van a vender, flores nada más. Con su olor a flores. Todas las flores huelen diferente.
Las rosas rojas antes se vendían mejor, pero, ahora todo mundo quiere vender de esas. Yo vendo claveles y rosas rosas. Hago ramitos pequeños, mezclo las flores y les pongo un moñito de estambre verde, para que no se vea feo el hilo entre las flores.
Casi las nueve y media. No debí haberme detenido a buscar ese pan, a esta hora ya debería haber vendido por lo menos unas ramitos; los doy rebaratos, diez pesitos, es que la gente ya casi no compra flores.
Mi nieto Javier dice que no las compran por que se les olvida que existen, todos están muy ocupados con su estrés y su celular. A veces pienso que Javier tiene razón.
Las diez. Apenas voy llegando al cruce, pongo la cubeta llena de ramos sobre el asfalto. El semáforo esta en rojo. Recorro el espacio vacío que hay entre los carros, ofrezco mis ramos, voy a cada carro y digo:
- Patrón llévele flores a su damita, ándele se las dejo baratas-
ellos me contestan:
- No tengo dinero jefe, hay para la otra-
Eso cuando están de buenas, por que algunas veces me gritan re feo:
- ¡no moleste!
- ¡Quítese viejo!
- ¡ya le dije que no quiero!
La gente de acá ya cambio mucho. Antes lo saludaban a uno con gran alegría, ahora entre menos lo vean a uno es mejor, creen que por que soy viejo no siento, pero yo me aguanto, me aguanto mi sentir.
Las tres. Sólo dos ramos vendidos. El cielo esta gris, seguro lloverá en un rato. Me da harto coraje, la canija lluvia no deja que uno venda bien.
Las cuatro.
Las cinco.
Las seis.
Las siete. Los ramos se ven igualitos a como los traje esta mañana, pero a ésta hora se vende mejor. Los novios se llevan las flores, las novias también (antes eso no se hacia , pero, la modernidad ya lo permite).
Resulta que ahora compran más flores las muchachas y se las regalan, sí, para ellas, ya los jóvenes ni las gracias les quieren dar.
Las siete y media. El sol casi se va. Las gotas de lluvia caen violentamente sobre los pétalos de las rosas, cae en mi cabeza, en los autos, en el asfalto, pareciera que lo va a perforar.
Llueve y llueve más, de manera inacabable. Las coladeras no se dan abasto para dejar ir el agua. La lluvia se acumula. Corro por la cubeta, corro para que las flores no se queden pelonas.
La lluvia me ataca, casi no se ve con tanta agua en la cara.
Las ocho. El agua ha alcanzado casi cincuentra centímetros de profundidad, las calles se han convertido en cahpoteaderos. La lluvia no se acaba, no sé dónde poner la cubeta, no quiero perder mis flores.
Tengo que pasar al otro lado de la calle para tomar el camión que me lleva a casa, con esta lluvia no podre caminar. La lluvia ha logrado noventa centímetros de profundidad.
Ocho y media. Cruzo la calle, debí haber tapado el hoyo desde que me lo dije, mi pie se atora, tropiezo, caigo lentamente. Me hundo en el agua de lluvia, en le chapoteadero. ¡mi cubeta! ¡Mis flores!.
Mi gorra flota en el agua. Los espectadores me ven desde sus atomoviles. Nadie viene a ayudarme, nadie baja a ayudarme. Me ahogo.¿Qué hora será?
Los cuarenta pesos en mi bolsa, pienso. Meto la mano en para tentarlos. Javier, mi nieto, ya no podrá contarme que aprendió en la escuela hoy.
Los automovilistas no vienen. La lluvia me toma, el agua me invade, más agua, más lluvia.
Ya no hay palabras. Hoy no llegue a las diez. Ya no hay punto y coma, ni punto y aparte, ni comas, ni acentos, ni ortografía, ni buena lectura y ni buena escritura; ya no hay flores, ni ventas minúsculas, ya no.
2 comentarios:
Me sorprendes para bien cada vez más. Sobra decir que el cuento está genial, un reflejo creíble de cotidianidad y lluvia. Saludos n.n
Genial!! Pobre viejecillo :(
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