miércoles, 11 de marzo de 2015

La muerte chiquita...

Cuando estoy en aquel lugar me olvido de mí, aunque repito constantemente mi nombre, olvido quien soy, olvido todos mis problemas y casi todos mis dolores, me olvido de mis manos, de mis piernas, de mi cabeza, del maquillaje y del color en mis ojos, me olvido del mundo y renazco cada minuto en espera, cuando el sonido sólo es mi voz. 

A veces gritan, a veces no, a veces saben y a veces inventan, todo puede pasar en esos minutos, nada puede pasar en esos minutos. 

Cuando estoy en aquel lugar no tengo armas, no tengo fuego, todo el mundo me puede apagar, sin embargo, se encienden las llamas con el sonido que inicia la muerte chiquita. 

Todos tienen miedo, todos tienen nervios, gritan en silencio su temor, se agachan, casi quieren desaparecer, yo desaparezco con ellos, me diluyo en cada clic, en cada tecla oprimida, en cada duda, en cada afirmación, me voy desapareciendo, me voy olvidando de quién soy. 


Quizá un día me recuerde, quizá un día se acabe el miedo, los nervios, la muerte chiquita, quizá un día sea hoy.

miércoles, 21 de enero de 2015

Sé que no lo necesito...



A veces lo espero todo el día, pensando en que ya vendrá, que quizá el tráfico lo detuvo o que murió en un accidente vial. Luego me desespero y le marco, no contesta, así que mejor le escribo mensajes de odio, y me siento mutilada cada vez que creo necesitarlo, porque sé que no lo necesito, que es sólo un malestar en la pierna. Recapacito y de nuevo le marco, esperando a que conteste, suena aquel tono, cuatro veces seguidas, después viene el buzón, me gustaría dejarle un mensaje obsceno, recordándole lo mucho que odio a su madre, la odio por haber creado a alguien con tantas mentiras, pero no lo hago, sé que no escucha el buzón. Nuevamente tecleó mensajes de odio, los envió uno tras otro, no me importa que después me pueda arrepentir, en ese preciso instante quiero una muerte, quiero ojos en tenedores y tripas en la acera, quiero su cabello y cabeza dentro de una maleta. No se me ocurre nada más, sólo desearle que se muera y que se lleve toda su porquería, todas sus mentiras. Han sido cincuenta y cuatro llamadas y veinte mensajes de odio. 

Por fin me contesta, vaya alegría, casi lloro al escuchar su voz, olvido que me ha mentido, olvido el odio, las ofensas y los deseos de muerte, le digo que lo extraño, que venga, que todo estará bien, pero no es así el ciclo ha comenzado, mañana  se repetirán los tonos y los mensajes, se me acabaran las ideas para asesinarlo, reinventaré las ideas de su partida, una y otra y otra vez. 

Llega el día siguiente, avanza lento y tortuoso, asfixiandome los nervios. Espero su llamada, quiero salir de aquí, quiero que venga y me diga que saldremos, ayer lo prometió, lo estoy esperando, sé que hoy no fallará, me lo prometió por todo en lo que cree, lo estoy esperando porque a pesar de todo creo.

Suena el timbre y sé que es él, abro la puerta, las expectativas son inmensas, podría jurar que lo veo,  me he equivocado, no es él. Suena el timbre y suena y todas las veces no es él, lo odio poco a poco, lo quiero desaparecer.

La esperanza se borra poco a poco, todo el amor que creí sentir era falso, no tengo en que ocupar mi tiempo y lo ocupo en odiar, odiarlo a él, me pregunto porqué me detesta, porqué me hace esto, quizá sea el Karma, o no sea nada, a lo mejor él tiene asuntos pendientes y no me puede avisar, quizá vaya a la nasa, o tenga cita con algún embajador, quizá este dándole vueltas al discurso que va a dar sobre la paz mundial, o sobre el impacto de la repartición de alimentos en el mundo. Las cosas importantes que él tiene que hacer no las entiendo, no soy partidaria de darle la razón a los programas sociales a los que él dirige, los que él creo, soy poco capaz de ver a través de la ayuda comunitaria que da. 

Así pasan los días, hasta que pasa un mes, y yo sigo esperando a que él venga, seguro que hoy si me llama.